Aprende a mirar hacia afuera

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Cuando yo tenía unos cinco años fui con mi madre al hospital a que me hicieran unas pruebas, después de entregar los papeles en admisión, una enfermera nos condujo a una sala donde me iban a hacer una radiografía. Debía ir desnudándome de cintura para arriba y esperar a que viniera el radiólogo a hacerme la placa.

Eso es lo que hice, me quité la camiseta y los zapatos y me quedé sentado en la camilla en pantalones cortos, con la indefensión que se tiene a esa edad en un hospital y la aprensión característica que te produce un lugar extraño, frio y con un olor tan característico. De repente se abrió la puerta de la consulta y entró el médico. El hombre era un señor africano, negro, muy negro y feo, si también era bastante feo.

Yo me quedé mirándole fijamente, con el cuerpo en tensión. Sin apartar la vista de su piel morena y sus ojos blancos y brillantes agarré la mano de mi madre como si tratara de salvarme de morir ahogado, y con hilo de voz le dije:

-Mamá…… este señor….. ¡¡¡Es el coco!!!

A la vista de la sonrisa que esgrimía el doctor, mi comentario no le había ofendido, pero seguro que mi madre deseó en aquel momento que se abriera la tierra y nos tragara, o que la tragara a ella sola. Pero se repuso, me miró fijamente, con  dulzura y me dijo:

-No, cariño, este señor es el médico que te va a hacer la radiografía. No tengas miedo, verás como no pasa nada.

Pocos minutos después salíamos por la puerta con la radiografía en la mano, yo más tranquilo, mi madre más aliviada. Nos volvimos a sentar en la sala de espera y mi madre me habló. Me contó que hay diferentes razas, gentes a lo largo y ancho del mundo con distintas culturas, con distinto tono de piel, con distintos rasgos… pero que son iguales a nosotros, gente normal, trabajadores, padres, madres, hijos. Esa pequeña lección se me quedó grabada.

Hoy se celebra el Día Internacional contra la Discriminación Racial y quería compartir con todos vosotros esta anécdota. Porque dejando aparte el racismo y la xenofobia institucionales, que rigen los flujos migratorios, la externalización de las fronteras, la «libre» circulación de personas y que se amparan en Leyes de Extranjería a veces tan rígidas y estrictas que chochan contra los Derechos Humanos, hay un sentimiento interno, local e individual que es sobre el que me gustaría incidir.

De todos es sabido que en tiempos de bonanza económica la inmigración se toleraba de buen grado ya que constituía un contingente de mano de obra barata, una aportación a la economía del país y ayudaba al crecimiento. Ahora, en época de crisis, los niveles de tolerancia están bajo mínimos y esto es aprovechado políticamente por partidos de extrema derecha, su discurso, amedrentar a los ciudadanos autóctonos haciéndoles ver como los inmigrantes no tienen derecho a los mismos recursos, que la sobre-utilización de los mismos por gente que no aporta los esquilmará llegando a un tremendo hundimiento económico y social. Parece mentira, pero esas doctrinas calan hondo en estas épocas, cuando es dificilísimo encontrar un puesto de trabajo, conseguir un préstamo o acceder a una beca. ¿Cómo se puede combatir esta circunstancia? Solo hay una vía, con educación. Ojala todo el mundo hubiera tenido una lección tan sencilla, tan humana y tan limpia como la que me ofreció mi madre cuando yo era tan pequeño.

Es imprescindible una educación global, razonada y centrada en valores de tolerancia e igualdad. Según la declaración de Derechos Humanos, todos los hombres y mujeres somos libres e iguales en derechos y obligaciones. Eso debería bastarnos, pero hay personas a las que no. Considero que hay dos tipos de personas en el mundo, los que miran hacia afuera y los que miran hacia dentro.

Las personas que solo tienen una mirada interior se rigen por un proteccionismo ignorante y restrictivo. Son, hasta cierto punto, cobardes y clasistas, intolerantes hacia otras realidades y aspiran, aún sin saberlo, a vivir en armonía en un círculo pequeño, sectario y empobrecido.

Por el contrario, las personas que focalizan su mirada hacia el exterior son completamente más abiertas y aperturistas, creen que el mestizaje es positivo, que es enriquecedor. Son personas a las que les gusta viajar lejos, conocer otras culturas y otras realidades, que no se sienten amenazados y que su aspiración es vivir en un mundo global y cohesionado.

Solo tú puedes decidir en que grupo quieres estar. Si quieres empezar a mirar hacia afuera te darás cuenta de que en todas partes del mundo, independientemente del color de su piel, las personas son personas, que sienten y padecen, que rien y sufren, que viven y mueren igual que tú.

Tres últimos consejos, lee, viaja, conoce. No mas racismo, no más dolor.

Hasta pronto

J

11 respuestas a “Aprende a mirar hacia afuera

  1. Yo también tengo una anécdota de cuando era pequeña.
    En uno de los colegios en los que he estado conocí a una niña, Josefina… aún la recuerdo. Era gitana. Y fue mi primera y mejor amiga, hasta que la sacaron del colegio para casarla. Yo andaba por entonces en 5º de la EGB, así que ya son años. Un día me la encontré fuera del colegio y me alegré un montón. Le pregunté que cuando volvería y aparecieron de repente su madre y dos hermanos en una actitud poco amistosa, hasta que Josefina les dijo que yo era su amiga del colegio. La madre se deshizo conmigo y les dijo a sus hijos que no me hicieran ningún daño. Yo, inocente de mí, le pregunté que por qué me lo iban a hacer y ella me miró de arriba abajo y me dijo «aún eres muy pequeña para entender ciertas cosas». Y como soy madrileña, y dicen que somos muy chulapos, le pregunté que qué cosa y ella me dijo que yo era paya y su hija gitana. Y de verdad que me salió de corazón y la contesté que yo sólo veía a mi amiga, que tenía dos ojos, una nariz y boca como yo, que no le vía ninguna diferencia y claro, que no sabía que era eso de paya o gitana.
    Afortunadamente, mi vida es más rica porque suelo abrirme sin discriminar y entre mis amistades (en mi vida personal, no me refiero en la red), figuran gente de muchos países (Italia, Nigeria, Argentina, Ecuador, Nicaragua, Honduras…). Pero jamás olvidé a mi amiga Josefina.
    Saludos.

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    1. Que bonita anécdota, Sonia. Y qué momento con la familia de tu amiga…. Creo que todas las personas deberían mirar con los ojos de los niños, ellos si que son verdaderos y no tienen malicia, ni entienden de razas ni de clases, solo de amistad. Un abrazo

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  2. Una lección sencilla. De las que debería bastar para entenderlo. Pero como bien dices, hay quien vive «mirando hacia dentro», y dejando que su persona sea la medida de todas las cosas, y no el anthropos, como enseñara Protágoras.
    Genial la anécdota de Sonia también. De esas, por desgracia, me he encontrado muchas, ya que he trabajado en centros con problemática racial.

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    1. La verdad Enrique es que así eran siempre las cosas en casa con mis padres, con educación, con amor y muy sencillas. Y te puedo decir que mis padres no son personas con estudios superiores ni intelectuales. Son gente corriente, pero sensibles y con capacidad de adaptación. Será por la época que les ha tocado vivir en la vida, eso nos marca a todos. Un abrazo

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  3. Amigo J, hace tiempo leí que había que mirar las cosas con una visión de amplitud, algo así como ampliar el espectro de todo aquello que observamos. Tu entrada me ha recordado eso. Y Muy buena tu anécdota!!!!

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    1. Ya te echaba yo de menos por aquí amigo C. Es cierto, cuanto mas amplio el espectro, mas global la visión. En el fondo todo es un problema de perspectiva. Espero que ya estés fermentando todos los ingredientes, quiero ver a la yogurtera funcionar a toda máquina. 😉
      Un abrazo

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