Estrés en el Super

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Ayer fue viernes, noche de pizza y de peli en casa. Es un tradición ya casi legendaria aunque no muy original, creo que no es la única casa en el mundo que la siga, bueno no podemos ser siempre pioneros. Eso sí, nosotros el apartado peli, lo dedicamos a la que pongan en Clan TV o en Disney Channel, es el día que dejamos que las niñas se queden un poco más por la noche y no vamos a poner un documental de osos polares, porque nos dormiríamos todos ni un programa de esos, del corazón, que nos diviertan a rabiar pero que no son muy de «niños». La peli de anoche era de perritos, cuando llegué de correr y me pegué una buena ducha la peli y la cena ya estaban empezadas, y mis hijas ya estaban en trance, con los ojos como platos y la boca abierta, como abducidas, que monas! y qué tranquilas!

Afortunadamente la película que ponían ayer no era de los típicos cachorros monos ni tenía enormes cantidades de edulcorante, los perros y gatos que salían eran bastante capullos, hacían cosas malvadas y tenían unos diálogos bastante ingeniosos. Ahora que lo pienso, creo que me he equivocado, no era una peli de perros, era una de perros contra gatos, o de gatos contra perros, que los mininos eran los malos, claro.

Aclarado el tema para poneros en situación he de deciros que no venía yo aquí ha hablar de eso, sino del previo. Como esa noche tocaba pizza, me tuve que pasar por el super a hacer un poco de compra. Me las prometía muy felices porque mis hijas se habían ido a casa de una amiga y podía comprar sin preocupaciones, además, a esa hora casi no había nadie en el establecimiento así que, estupendo. Mi lista de la compra era muy escueta, pero como a veces soy bastante subnormal no suelo apuntarla, la llevo en la cabeza. Bueno, alguna vez lo he apuntado todo con detalle y luego me la he dejado en la encimera de la cocina, así que ya estoy acostumbrado.

Entré en el super, cogí una de esas cestas con ruedas e inmediatamente me dí cuenta que se podía mover sin tener que inclinarla, que curioso, se mueve como una de esas maletas con ruedas modernas, de pie. Mira que llevo años haciendo la compra en ese sitio y siempre torciendo la cestita, si con razón estas eran más altas que las otras y no tenían el mango retráctil. Yo si que debo tener el cerebro retráctil porque a veces me pasan cosas como estas, que le vamos a hacer! Una vez superada la emoción de lo de la cesta enfilé el primer pasillo y empecé a coger cosas, de las que sabía que tenía que comprar sí o sí y de las otras, de las que me acordaba en el momento o de las que veía y pensaba, -«de esto no tenemos….»

Fui a por las pizzas, que la mayoría de las veces son ya del supermercado, adiós cadenas de pizzerias con venta a domicilio, a por cosas para preparar cocido madrileño para comer hoy, por petición expresa de las mujeres de la casa, y había algo que sabía que tenía que pillar pero se me había esfumado. Recordaba a mi mujer diciéndome -«Cómprame detergente para la lavadora y …» Joer! si solo me había pedido dos cosas, o eso era lo que yo pensaba, y me había olvidado una. ¿Qué podía ser? ni idea. Y yo con la imagen de ella en la cabeza diciéndome «eso» paseando por los pasillos a ver si me venía la inspiración. En el pasillo de los lácteos me encontré a dos mujeres, de esas que se paran a hablar en cualquier parte, incluyendo «en medio de todo», de esas, las esquivé y seguí mi camino, dí la vuelta por donde las galletas y ahí estaban de nuevo, no podían ser las mismas, pero lo eran, que velocidad! y yo haciendo el mismo recorrido todo el rato, pasillo arriba, pasillo abajo… Otra vuelta por donde los lácteos y nada, no venía no me venía.

Teniendo en cuenta que en el super solo estaban dos reponedoras, un par de clientes, las señoras habladoras y yo, se me veía bastante dar vueltas desorientado. De nuevo al pasillo de las galletas y allí seguían las señoras, dándole a la lengua, imagino que hablando de médicos o cortando algún traje, y allí lo vi, en el estante de abajo, al lado de las piernas de una de las señoras, el bote de Nocilla. Eso era, las niñas no tenían su crema de chocolate para merendar, ahora lo veía completo -«Cómprame detergente para la lavadora y Nocilla para la merienda de las niñas». Pedí amablemente a la señora que se apartara, cogí el bote y me fuí a la caja a pagar, misión cumplida. Lo que vi allí, no me gustó nada.

Solo había un caja abierta, y la cajera estaba sola, no había nadie. Para algunos puede ser la opción ideal, pero no para mí. Me estresa enormemente llegar a la caja, empezar a colocar la compra y que la señorita las vaya pasando por el lector sin que yo haya terminado y sin tener tiempo para guardarlas en mi bolsa. ¡Cómo odio esooooo! Y eso es lo que tuve. Mira que iba deprisa agachándome y levantándome para sacar las cosas de la cesta de la compra y colocarlas sobre la cinta, pero la cajera, tan eficaz, casi me las quitaba de las manos y las «tiraba» al otro lado, donde se recogen. Cuando le dí la última cosa, y cambié de sitio para empezar a guardar la compra ya me había dicho el importe y tenía que pagar. Yo no sé hacer esas dos cosas a la vez, así que resoplé, tiré la bolsa sobre la compra, saqué la cartera y le dí la tarjeta. Volví a coger la bolsa, metí dos cosas y tuve que volver a dejarlo todo para poner el PIN de seguridad, la leche, que estrés.

Lo peor que me puede pasar en esa circunstancia es que ya haya más personas en la cola de la caja con su compra colocadita y la cajera dispuesta a darle al escaner. Y yo ahí, a medio recoger mi compra, mi tarjeta y el ticket con la presión de que hay gente esperando, no lo puedo evitar, me cabrea.

Acabé metiéndolo todo de golpe y descolocado en mi bolsa y largándome de ahí lo antes posible. Yo reconozco que suelo ser bastante templado, os lo podéis imaginar por las cosas que os cuento normalmente pero a veces me ataco por tonterías. Me irrita que me pasen esas cosas, que por otro lado, me las puedo tomar con más calma, pero no me apetece, si no, ¿de que os iba a hablar? ¿De pelis de animalitos?

Hasta mañana,

J