Quince mil a ritmo de tractor

tractorismo

La inspiración es una cachonda.

Tenía ganas de relataros mi última «hazaña» pero no encontraba el momento así que WordPress y mis lectores han hecho sus deberes y un subido en las estadísticas una entrada muy concreta, en la que os contaba como había sido mi primera carrera de diez kilómetros. Aunque hace unos añitos ya de aquello, me resulta muy gracioso comprobar que en lo esencial sigo siendo tan descerebrado, pasional, inocente y loco como entonces.

Ya os conté en la anterior entrada lo que había supuesto mi nuevo equipo de corredores domingueros, así que no os extrañaréis si os cuento que cuando nos propusieron irnos todos juntos a un pueblecito de Madrid a correr quince kilómetros por el campo ni nos lo pensamos. Vale que nuestro entrenador, muy motivado y motivador, nos dijo que en los avituallamientos había jamón, bocadillos de nocilla, chuches y hasta cerveza y que era una carrera no competitiva, con muy buen ambiente y que la gente iba a disfrutar. Eso eran muchos puntos a su favor.

Pues fuimos, claro que fuimos, unos se apuntaron a la carrera de cuatro kilómetros pero yo no, me vine arriba con eso de que la carrera era para disfrutarla y me apunté directamente a los 15. Sin haber corrido nunca tanto, sin haber entrenado apenas, sin gustarme el campo…. Y, lo más importante, sin mirar ni una puñetera reseña de la carrera. Fuimos Fui a ciegas y….

La carrera se llama Tractorismo Race, y de verdad que es divertida, bien organizada, no competitiva y muy chula. Destinada a todos esos corredores duros, lentos y fiables, como buenos tractores. Todo muy rústico, muy de campo, muy de andar por casa y muy amigable. Con muy buena animación para ser una carrera para nada masificada. La única pena es que mi experiencia fuera, digamos que dolorosa. Voy por partes.

La salida y la meta estaban situadas en el polideportivo del pueblo y lamentablemente para mí era el único terreno liso que pisé desde que empecé a correr. Salimos al trote y animados por un terreno falso llano que iba ascendiendo lenta pero constantemente, pero bueno, se llevaba bien. Si no se lleva bien a los poco metros de empezar mal iríamos. A los tres kilómetros y medio aproximadamente nos encontramos con lo que la organización llamaría una cuestecilla, pero que para mí era como una pared de tierra, la subí corriendo como si me fuera la vida en ello, creyendo que aquel escollo sería lo más grande a superar en el día, ¡ay que «pringao» soy!. Debo reconocer que subir aquella primera pendiente me dio un brote de empoderamiento runner que se me pasó rápido, el terreno estaba muy seco, afortunadamente este invierno primaveral no lo había convertido en un barrizal, y se me hacía complicado correr sobre un piso tan poco uniforme, lleno de pequeños peligros acechantes. He descubierto que soy un burgués urbanita para esto del correr, que le voy a hacer.

El resto del camino hasta el kilómetro cinco, donde nos iban a dar un poco de agua (si, por favor) o un poco de caldo (#amosnojodas, con el calor que hace) ya se me empezó a hacer cansino, era todo cuesta arriba, cada vez que giraba el paisaje era para enseñarnos una nueva cuesta, sin vegetación, sin sombrita 😦

Llegé a por mi vasito de agua mas o menos en buenas condiciones aunque me había parado a caminar un ratillo, para aliviar mas a la cabeza que a las piernas o al corazón, bebí, esperé a que llegaran mis compañeras, caminamos un rato para no atragantarnos y seguimos la ascensión. Esta parte, la que nos llevaría al kilómetro diez, y al avituallamiento gocho, se me hizo muy pesada, empezé a notar que los pies se me recalentaban, que me rozaban los calcetines, que me empezaban a salir ampollas, que la tierra que pisaba estaba muy dura, que aquello era un secarral cuesta arriba que no se acababa…. Traté de no mirar hacia el frente porque cada vez que lo hacía veía al resto de corredores que iban por delante un plano más alto de lo que yo estaba. No me podía creer que no fuéramos a bajar nunca de allí.

En ese trozo caminé varias veces, me agobié con el ascenso incesante (que bonita expresión) y me daba la sensación de que todo el mundo iba tan guay mientras a mí se me estaba haciendo un mundo dar la siguiente zancada. En este tramo aproveché una de mis caminatas para tomar aire, quitarme la camiseta de manga larga, cambiarme el dorsal a la de manga corta y seguir tirando, cualquier excusa era buena para no correr. Y llegaron los diez mil, se notaba desde lejos por la música, porque la zona estaba arbolada y porque había una fabulosa congregación de gente.

No nos defraudaron, había jamón, fuet, mejillones, pan, cerveza, gominolas, galletas…. era una festín, no apto para atletas normales pero si para aspirantes a tractor. Nos quedamos allí un buen rato reponiendo, descansando y charlando. Yo me fijé que lo primero que teníamos al continuar el camino era una cuesta abajo y eso me dio muy buen rollo, parecía que habíamos coronado el Everest y que ya podíamos empezar a bajar al campamento base. Unos minutos después, con un vasito de cerveza y un poco de jamón en la barriga y unas chuches en el bolsillo comenzamos el descenso.

Enseguida me di cuenta que bajar trotando por esos caminos irregulares no iba a ser todo lo bueno que yo creía, sobre todo para las ampollas que ya chillaban en mis pies (¿he dicho ya que soy un burgués urbanita para esto del correr?) así que dos o tres kilómetros de bajada mas tarde tuve que volver a caminar para calmar, esta vez, a mi cabeza que estaba hasta las pelotas de carrera y a mis pies que querían auto-amputarse. Entre correr y caminar llegué a las cercanías del pueblo con ansía viva de que aquello se acabara y con la dulce sensación de que pisaba otra vez terreno semi llano. Se me pasó pronto.

Descubrimos un último avituallamiento con cosas ricas para comer y un poco mas de agua muy cerca de la meta, pero el trazado del terreno marcado por la organización nos reservaba un par de nuevas escaladas. Fue subir una pequeña irregularidad del trazado y encontrarme a unos voluntarios que me indicaban que debía girar a la derecha, lo que me esperaba a continuación era una nueva cuesta arriba que podría haber subido a gatas si la vergüenza me lo hubiera permitido, coroné y saludé a mi entrenador que nos esperaba arriba haciendo fotos, lo de saludar fue mas bien sonreir porque ni me salía la voz, ni tenía nada bonito que decir, solo quería dejarme morir. Y de ahí, una bajada igual de tremenda, una nueva subida en la que estuve a punto de dejarme los dientes y una nueva bajada para llegar al punto de partida.

Anhelé tanto llegar al polideportivo y a la meta que casi me salto el trazado de la carrera y me meto corriendo en un riachuelo, todo por acortar, por acabar, por el The End.

Al final llegué de una pieza, no me tiré al suelo en la meta e hice la croqueta como pedían los organizadores porque no me hubiera podido levantar pero mantuve mi dignidad casi intacta. Sobro todo cuando una niña me dio mi medalla de finalista. La sensación entonces era de un agotamiento total, físico, evidentemente, y mental. Recordé que tenía unas gominolas en el bolsillo y me metí un par de ellas en la boca, el azúcar me ayudó a traerme de nuevo a la realidad. Para que luego digan que es mala 😀

Aprovechamos que ya estábamos al otro lado de la cinta de llegada para comer algo, reponer, hacernos fotos, contar anécdotas, hacernos mas fotos, ver correr a los niños, comer torreznos, hacernos mas fotos, subirnos al podio, hacernos mas fotos…. En la recogida del dorsal nos habían dado un vale para tomarnos una caña y una tapa en uno de los bares del pueblo pero yo tenía cosas que hacer y me tuve que volver a casa antes de aquello. Una pena, irme de cañas y de comilona con mis compañeros corredores me hubiera salvado el domingo.

Ahora, con los pies curados y con la resaca de la carrera superada nada malo tengo que decir de ella, era todo los que nos habían dicho y más. Reconozco, y creo que os ha quedado claro, que sufrí más de lo que quiero aceptar y he vuelto a enfadarme conmigo mismo o concretamente con mi cabeza por no permitirme disfrutar de un evento tan bien montado. Excepto en las dos cuestas finales, nunca tuve la sensación de tener las piernas en mal estado o la respiración afectada, todas mis limitaciones y mi hartazgo me lo proporcionaban mi vaga cabecita. Pero al final, terminé la carrera, recorrí los quince kilómetros y me gané mi medalla. ¿Qué podría haberlo hecho del tirón? Seguro. ¿Qué podría haberlo hecho mejor? Seguro. ¿Qué podría haberme caído rodando en la bajada final? Seguro. ¿Qué podría haberme evitado todo esto quedándome en casa? Esa no era una opción. 🙂

No salieron las cosas como me las había planteado antes de correr, salieron como salieron pero, y me ha costado llegar a esto, lo considero otro éxito para mí. El siguiente reto está por venir, pero os mantendré informados.

Hasta pronto,

J

6 respuestas a “Quince mil a ritmo de tractor

  1. Dos de mis bloggers favoritos también son runners… *poniendo cara de pensar profundamente* Igual tendría que empezar a correr… ¡Felicidades por otro reto superado y sí, por favor, siguen contándonoslos!. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Carmen, la verdad es que fue un reto duro y conseguirlo fue agridulce pero oye, con la distancia, estoy contento. Jajajaja.
      A lo mejor deberías unirte a esto del running o no 😀
      Un abrazo!!!

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  2. Juanan, estás hecho un crack! Cada vez te superas más y más. Yo, quedo varios días a la semana con amigos para hacer deporte por la noche. Que en nada llega el verano y hay que estar un poco en forma. xD!

    Un besote!

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    1. Hola Mamen,

      Que guay, hacer actividad física en grupo mola mucho. Yo tengo mi grupo de running y por ello sigo vinculado a la actividad, que si no, jajajaja. También hago boxeo con mi hermana, una excusa perfecta para vernos un par de dias entre semana y tomarnos unas cañas de vez en cuando.
      A ponerse en forma, este año todos con tipazo!!!
      Un abrazo!!!

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