El saboteador

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Hace unas semanas tomé una decisión importante en mi vida, de esas que llevaba tiempo postergando, una de esas decisiones que, una vez tomada, te hacen sentir bien contigo mismo y que te reconcilian con el mundo. A veces soy bastante pasivo a la hora de pasar a la acción y lo que tenía que haber hecho hace meses, años quizá, estaba ahí presente incordiando a diario. Pero una vez analizada la situación, los pros y los contras, decidí aventurarme, liarme la manta a la cabeza y hacerlo…

…He tirado mi despertador.

Y ha sido una ejecución en toda regla, desconectado de la red, con el cable envuelto… así ha ido derechito al fondo del cubo de la basura. Una vez ahí tirado, descansando entre cáscaras de huevo, restos de la comida del día y demás restos orgánicos, notaba como me «miraba», como clavaba su pantalla led en mis ojos que lo miraban de reojo, como implorando, como preguntándose el por qué de esa situación, de lo injusto que era eso. A medida que la tapa del cubo de basura se cerraba, durante esos micro segundos en los que la oscuridad luchaba por hacerse con el alijo de desperdicios depositados en la bolsa negra, casi pude oir un…. ¿pero que te he hecho yo…por qué….?

Yo, envalentonado, ya no había quien me parase, miré al cubo cerrado, alcé le voz para que pudiera oírme claramente y le dije todo lo que tenía guardado:

-«Porque no has sido bueno, porque me has jodido durante todo este tiempo que llevabas junto a mi cabeza en la mesilla, porque no has sido lo que se esperaba de tí, porque no has sido un despertador, has sido un saboteador…»

Eso es cierto, nos había saboteado la tranquilidad y el descanso desde el primer momento que llegó a nuestro dormitorio. Llevaba con nosotros varios años, desde el día que su predecesor murió de la noche a la mañana y hubo que salir de urgencia en busca de un nuevo radio despertador que cumpliera su nefasta función matinal. En ningún momento nos habíamos planteado otra opción, nos gusta despertarnos con música, o con el sonido de la radio, nada de teléfonos en la habitación, es una norma de casa. Y nada de despertadores tradicionales, de campana, o de aquellos de inacabables tic tac.

Antes de echar un vistazo a los posibles modelos que podríamos encontrarnos en los grandes almacenes llevaba una consigna clara desde casa… «¡qué el aparato pegue con la habitación, a ver que vas a comprar!». Esta frase se repetía en mi cabeza como si de un maldito mantra se tratase, así que el primer descarte ya estaba hecho, nada de colores o formas exóticos. Allí, en medio de la exposición, el saboteador sacaba pecho ensalzando su neutralidad cromática y formal, sabiéndose el elegido de antemano, acertó.

Una vez en casa, enchufado y en perfecto funcionamiento nos dimos cuenta de que algo habíamos hecho mal. La luz del lector, donde aparecía la hora, era verde. De un verde esmeralda brillante y precioso, de un verde tan intenso, tan mágico, que se comía la oscuridad. Esa primera noche, por llamarla de algún modo, fue el inicio de nuestra mutua animadversión. El verde de su pantalla era de una intensidad tal que la habitación a oscuras parecía de día. Nunca se puso el sol en nuestra habitación desde entonces. Noche a noche, me miraba a los ojos desde la atalaya de mi mesilla, desafiándome y deslumbrando mi descanso. Debido a eso tuve que alterar mi forma de dormir, no quería que esos ojos verdes me vigilaran constantemente así que cambié la postura de tal forma que mi mano se introducía debajo de la almohada, elevándola unos centímetros y parapetando la mirada inquisitiva del saboteador.

Cabreado porque no podía escanear mi fase REM decidió, el saboteador, reinventarse y recuperar el protagonismo perdido, entró en regresión, como los robots cabrones de las películas de ciencia ficción y se redujo a lo absurdo. Una mañana, al llegar la hora de avisarme para despertarme, no hizo saltar el programa de radio sintonizado, en su lugar, me deleitó con una brusca melodía de pitidos desgarradores. Inocentemente creí que el error había sido humano, que el dial no estaba bien sintonizado, pero no, todo estaba perfecto, en su sitio, era él, que me la jugaba. Nunca más se volvió a oír un programa de radio a la hora de despertarme, a partir de entonces, siempre esa atroz cacofonía.

La tercera jugada fue, sin duda, la más ingeniosa. El saboteador, crecido en su maldad, hizo repicar su soniquete infernal a la hora de siempre, las 06:50. La rutina hizo el resto, la ducha ayudó a despejar las legañas, el café a reconfortar ese cuerpo madrugador y el reloj de la cocina, sirviendo de aliado a su pesar, me demostró que la media hora de preparativos no había transcurrido realmente, eran las 7:00 y ya estaba listo para salir hacia el trabajo. Comprobé la hora en todos los relojes de la casa, en los de pulsera y en los teléfonos para que me cerciorasen quién me mentía, quién engañaba. No hubo lugar a dudas ni a falsos culpables, el saboteador había vuelto a hacerlo. Era la primera vez que yo tenía constancia de que un reloj digital se adelantara, quizá fue el primero de su especie, pero lo hacía. Desde aquel día, cinco, diez, quince minutos, nunca conservaba la hora real.

Debí haber tomado medidas en aquel momento, desprenderme de él pero quizá esperaba que cambiase, anhelaba que lo hiciera…. Pegaba con la habitación, si, pero también la iluminaba a deshora, se adelantaba y mis despertares se habían vuelto sobresaltados y desquiciantes. Al final sucedió lo que todos sabemos, que no cambió, no se redimió, siguió fiel a su macabra existencia, regodeándose en sus putaditas y haciéndose fuerte junto a la lámpara de noche y a los libros de cabecera. Se creía el infeliz que aquello iba a durar para siempre.

La decisión se tomó un día cualquiera, muy tarde ya, lejos de él, donde no pudiera oírnos. De ese día no iba a pasar, esa noche ya no la pasaría con nosotros, atormentándonos, y lo cumplimos. No fue consciente de lo que se le venía encima hasta que no estaba levitando en mis manos camino de la basura, bye bye, capullo, espero que ya te hayan desmembrado y que tus componentes nunca más se junten para hacer el mal.

Mi vida ha dado un giro importante, si bien sigo siendo pobre y sigo teniendo que salir a trabajar todos los días a la misma hora, pero ahora me despierta otro aparato, que no ilumina más de lo debido, que permanece en hora y que deja sonar la melodía de la canción de turno en la emisora de turno. Las mañanas siguen siendo igual de perezosas y de ingratas pero el panorama es menos atormentado.

Lo bueno de esto es que he sacado una moraleja instructiva, ya no esperaré que nada ni nadie cambie por mí, ni estoy dispuesto a dar infinitas oportunidades sin recibir nada a cambio, a la primera…..fundido en negro.

Hasta pronto,

J

14 respuestas a “El saboteador

  1. Hiciste bien en darle boleto a ese despertador, se lo merecía.Se me han caído los lagrimones de la risa con eso de que alumbraba tanto que parecía de día.
    Qué entrada más buena, Juanan.
    Besos

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    1. Jajajajaja, si Erika, lo debería haber tirado mucho antes, pero que le vamos a hacer, si lo hubiera hecho no habría escrito este post.
      Tú riete, pero la habitación parecía de color lechuga noche a noche, daba igual que bajaras la persiana, la luz ya la llevábamos nosotros.
      Un abrazo!!!

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  2. Hola Juanan,
    ese reloj me recuerda a una calculadora antigua que todavía tiene mi padre, con número verdes muy llamativos casi haciendo daño la vista. Qué cosa, ahora ya no he visto relojes así. Y aparte, los aparatos electrónico, cuando te salen bien, pues ahí los tienes años y años. Pero como tengas mala suerte y no te salgan bien, pues eso, mala suerte y a la basura, porque no vale la pena arreglarlos (en caso de que ya no estén en garantía, claro).
    Un abrazo 🙂

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    1. Hola Carol, este por lo que costó no merecía la pena ni llevarlo al servicio técnico, además soy super perezoso para esas cosas 🙂 . Tienes razón con lo que dices de los aparatos, o te duran para siempre o son una full que se rompen a la primera de cambio.
      Un abrazo!!!

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    1. Hola Flor,
      Muchas gracias, la verdad es que me divertí mucho cuando lo estaba escribiendo, es que soy muy teatrero. Y ahora lo he releído y me sigue gustando.
      Si que fue un buen cambio, ahora estoy encantado, jajajaj.
      Un abrazo!!!

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